Nuestra última fase de este viaje comenzaba saliendo de Yelcho hacia Chaitén con Marcelo Añazco, de Sernatur. Por el camino pudimos ver un sitio muy singular, llamado El Amarillo, dentro del parque Pumalí. Nos llamó la atención la armonía que guarda en todas sus construcciones y lo bien cuidado que está todo. También pudimos comprobar el poder de la erupción de un volcán ya que años atrás, el Volcán Chaitén, llenó la ciudad que lleva su mismo nombre de cenizas y sepultó multitud de viviendas bajo ellas.
De camino al aeródromo de Chaitén, vimos en apenas 5 minutos de parada lobos de mar y toninas, que son como una especie de delfines o de touliñas como las llamamos en mi tierra.
Ya en el aeródromo, nos llevamos la sorpresa de ver a Guillermo quien nos había llevado del Uman Lodge al Yelcho en la Patagonia, esperando por la Mujer de Gerardo a quien pudimos conocer.
Dejando atrás a Marcelo y a todos los demás amigos, nos subimos a la avioneta rumbo a Puerto Montt, otra experiencia más de las muchas que vivimos en este viaje.
Hacemos noche en Puerto Montt y por fin ponemos rumbo al Mítico Puelo Lodge. Y entre ferrys, carreteras de asfalto, de tierra llegamos al lago Tagua. Y cuando todo parecía listo para partir con una lancha hacia el Mítico, nuestro cámara y amigo Letón tiene un nuevo percance en el viaje, pues el coche no le arrancaba para aparcarlo y tuvimos que subirlo por la rampa arriba. Esto nos demoró un par de horas más y encima sin solucionar el problema.
Cansados del viaje nos sentamos a planear el día siguiente, un poco desanimados por perder esa tarde de pesca. Pero el desánimo nos duró muy poco, ya que en esa mesa nos dieron la que yo creo q fue la noticia del viaje. Nos tenían planeado para los próximos dos días, una ruta a caballo para pescar un río practicamente virgen de aguas cristalinas, lleno de salmones y grandes truchas con acampada en el monte en la noche. Nos entusiasmó la idea, ya que para empezar, nunca habíamos montado a caballo, y encima hacer una ruta de unos 9 kilómetros para pescar un río casi virgen… Que más se puede pedir.
Así que al día siguiente nos levantamos como resortes de la cama y emprendimos viaje. 45 minutos de bote o panga como le llaman aquí a toda leche río arriba, medio asustados porque pensábamos que el motor era de hélice y no de propulsión, y yo que entiendo algo de eso no me explicaba como no tocaba abajo en muchos sitios.
Llegamos con aterrizaje forzoso a casa de Chindo, propietario de la mitad de los caballos, y de José, que ponía la otra mitad. Armamos tres caballos con equipaje y uno más para cada uno. Y así emprendimos la expedición, Chindo, José, Mauro, Chico, Adrián y yo. Letón se tuvo que quedar para arreglar el tema del coche, una lástima.
Yo empecé un poco inseguro a lomos de mi preciosa yegua negra, a la que no le gusté mucho al principio pero que me la fui ganando poco a poco.
Cuando llegamos arriba y vimos el río nos quedamos alucinados, fondos de arena con grandes truchas puestas a un dedo de la superficie comiendo arriba, y encima un poco más arriba, 5 chinook que hicieron que nos bajaremos de un salto del caballo a intentar pescarlos, como si fuera tan fácil… Pero la cordura llego a nuestras mentes y decidimos ir a dejar las cosas, comer algo y luego al ataque.
Con el primer lance, que tuve el honor de hacer, ya vi que no iba a ser nada fácil, ya que se asustaron todos menos una gran arcoiris, que se comió un zonker de unos 12 centímetros con un hilo del 0,50, de locos. Dejamos a los chinook y nos pusimos a pescar unas truchas, pero en el siguiente pozo vimos algo que no podíamos creer.
Primero intentamos pescarlos del modo convencional, con un gran estrimer aguas abajo haciendo un abanico que les pasara por los morros. Nada de nada, ni caso. Así que hicimos una variante, pesca al hilo de chinook, con un estrimer pesado y llamativo poniéndose delante de las narices. Y al segundo tiro que hago, uno de los más grandes del pozo ataca, lo clavo y empieza la pelea, que duró unos 30 segundos, carrera río arriba, salto criminal y chao. Desilusión total… Turno para Adrián que un rato después ya tenía otro clavado con el mismo final… Bajón total.
Lo seguimos intentando y clavo yo otro que después de una lucha más larga pero no más de 3 minutos, se me descuelga río abajo unos 50 metros y me rompe. Imposible, son bichos demasiado grandes que en un río tan pequeño y con tanto palo y árbol en el agua se hacía muy difícil tener éxito en la pelea. Así que seguimos a las truchas a pez visto, pero los salmones no nos dejan avanzar, ya que en un sitio de aguas bajas, unas 5 o 6 parejas de chinook, se encontraban en su ritual de freza, lo que habíamos visto tantas veces en documentales de Alaska con los osos persiguiendo a los salmones, lo teníamos delante de nuestras narices, algo espectacular que no olvidaré en la vida.